Estado de la democracia
Source: Diario EL PAIS Uruguay
Los uruguayos solemos ufanarnos -y con buenas razones- de nuestra estabilidad democrática y los derechos de que gozamos al amparo de nuestro Estado de Derecho. Esto se verifica año tras año en distintos índices internacionales como los que realizan la revista The Economist y centros de estudio como Freedom House, entre otros. Lamentablemente, esto no es la regla hoy en el mundo, donde estos mismos indicadores muestra un retroceso que debe preocuparnos, ya que la tendencia no es para nada alentadora.
Cuando cayó el muro de Berlín e implosionó la Unión Soviética hubo en el mundo un incremento muy importante de países que pasaron de las más férreas dictaduras a vivir en democracia. Esta ola democrática llevó incluso a algunos entusiastas como el pensador Francis Fukuyama a plantear su célebre tesis de que habíamos llegado al fin de la historia y la democracia en el terreno político y el capitalismo en el área económica serían de allí en adelante las opciones por defecto para todo el mundo. Los años noventa parecieron reforzar el optimismo, incluso hasta comenzado este siglo podían encontrarse signos auspiciosos, pero la última década larga no ha mostrado la misma película.
Según el prestigioso índice Libertad en el Mundo publicado por Freedom House este año, en 2023 la democracia, la libertad global retrocedió, lo que ocurre desde hace 18 años. Solo el año pasado 52 países retrocedieron en términos de libertades políticas y civiles, mientras solo 21 alcanzaron mejoras. Con 195 países relevados, este indicador muestra que solo 20% de la población mundial vive en países libres, mientras que 42% lo hace en países parcialmente libres y un 28% en países que directamente no son libres. Los datos de 2023 muestran que la situación empeoró para el 22% de la población mundial mientras solo mejoró para el 7%.
Estos datos que muestran un retroceso en materia de libertades políticas y civiles durante casi dos décadas, confirman lo que ha sido planteado por diversos analistas en los últimos años, lo que nos lleva a plantearnos directamente cuáles son las causas de este retroceso. Una primera constatación es que este deterioro se da en muchos países que siguen revistiendo en apariencia las veces de una democracia que ha sido corrompida por dentro. Vale decir, son países que tienen elecciones, pero que logran ser apañadas por el poder de turno, o que restringen los derechos de las personas de forma significativa. Para poner un ejemplo reciente y aberrante, el último fin de semana se celebraron elecciones en Rusia, pero nadie cree que en ese país existe libertad política ni que casi el 90% de los rusos haya votado por Vladimir Putin. Menos aún, como sabemos, en ese país se respetan los derechos de las personas, donde los opositores suelen tener la mala suerte de caer con gran frecuencia desde ventanas de pisos altos si antes no lograron ser envenenados.
En segundo lugar, algunos países que supieron ser democráticos dejaron de serlo, como el caso de Nicaragua en nuestro continente para citar un ejemplo concreto. La imposibilidad de presentarse a elecciones o llevar a la prisión o al exilio a los opositores, periodistas o autoridades religiosas muestran que en ese país ya no solo existió un deterioro de sus sistema democrático sino que directamente este ha dejado de existir.
En cualquiera de los dos casos planteados existe un enemigo común que es el populismo, en algunos casos de izquierda y en otros de derecha, el reclamo por el hombre (o la mujer) fuerte que brinde soluciones más allá de la forma en que lo haga y la desaparición de los viejos partidos políticos en que solían organizarse esos países. Encuestas de nuestra región como el Latinobarómetro muestras que cada vez más personas quieren una solución a sus problemas más allá de si estas pueden producirse dentro del Estado de Derecho. El éxito de popularidad de Bukele en El Salvador es bien ilustrativo en la materia.
El desprecio a las formalidades democráticas también viene dado porque cada vez más candidatos o incluso presidentes siembran dudas sobre la credibilidad de los resultados electorales o intentan evitar cambios de gobierno que no los favorecen, como llegamos a ver reciente y sorprendentemente en los propios Estados Unidos, ejemplo democrático por más de dos siglos para todo el mundo.
En cualquier caso este parece ser un fenómeno global que aunque no aparezcan indicios de que esté llegando a nuestro país, no debemos dejar de prestarle mucha atención.